El perro era pequeño delgaducho y hambriento. Y no tenía nombre; «chucho» le llamaba su dueño, únicamente. El hombre era grandote, sucio y sin afeitar. Siempre estaba borracho, decía palabrotas y pegaba al perro cuando estaba enfadado, que era a todas horas. «Vete, maldito chucho», le decía dándole una patada, y el perro se alejaba unos pasos, pero nunca se iba.

Quique no comprendía por qué aquel perro defendía al borracho si él lo trataba mal.
Un día le preguntó a papá.
-Porque es su amo, Quique -le respondió su padre.
-Pero es malo y le pega.
-Los perros nunca piensan si sus dueños son buenos o son malos: los quieren y ya está, les da igual cómo sean.
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